El gobierno venezolano no parece concebir al sector petrolero como una pieza central para el desarrollo económico y para la participación exitosa en la economía global. Más allá de discursos sobre el desarrollo endógeno, la concepción gubernamental parece limitarse en la práctica a maximizar los ingresos fiscales petroleros que percibe el estado y a usarlos para financiar programas sociales y una variedad de gastos gubernamentales con bajo componente de inversión productiva

sábado, 16 de enero de 2010

SITUACION ACTUAL VENEZOLANA

«Chávez sigue hablando de la necesidad de «sembrar el petróleo» en inversiones estratégicas para garantizar seguridad económica para el futuro. Pero desde que Arturo Uslar Pietri, un escritor y político conservador, acuñó este dicho en 1936, todos los presidentes venezolanos han prometido «sembrar el petróleo». A pesar de su retórica revolucionaria, promocionando un vagamente definido «socialismo para el siglo XXI», y en parte por su tendencia de minar las instituciones democráticas del país, parece que la «Revolución Bolivariana» está continuando la historia del caos, inversiones fallidas y legendario despilfarro de ingresos petrolíferos que han empobrecido el pueblo venezolano en décadas recientes.» (Gall, 2006)

Una cosa está clara sobre las políticas del actual gobierno: antes de Chávez, ningún líder venezolano desde los años 70 ha sido capaz de mejorar el nivel promedio de vida de los venezolanos desde el primer gran boom petrolífero. Aunque es verdad que hoy el PIB per cápita (medido en términos reales) sigue en el mismo nivel de 1998, cuando Chávez asumió la presidencia, también es verdad que la renta per capita había permanecido por debajo de sus niveles máximos de los 70 durante las década de los 80 y los 90. De todas formas, después de sufrir una caída notable a raíz de la huelga petrolera de 2002-2003, el PIB per cápita en términos reales ha vuelto a sus niveles anteriores, aunque desde la elección inicial de Chávez, el nivel de renta de los más pobres ha aumentado un 43%, mientras que el segmento intermedio del país ha experimentado un incremento medio en sus ingresos de casi el 20%. Este fenómeno se debe no sólo a la evolución del precio del petróleo, sino también a la nueva política de Chávez, a diferencia de sus predecesores, de utilizar gran parte de los ingresos del petróleo para financiar programas sociales (a través de las llamadas «misiones»). No obstante, la incógnita sigue siendo, primero, si estos ingresos van a sostenerse en el futuro y, segundo (incluso más importante), si los petrodólares pueden tener —por la peculiar manera de Chávez de gastar, gobernar y conducir la política exterior— un impacto positivo y duradero en la vida de los millones de venezolanos atrapados en la pobreza.

Durante el primer mandato de Chávez (1998-2006), los precios del petróleo subieron de un mínimo de cerca de 10 dólares por barril a sus máximos históricos (más de 78 dólares). Al ser el petróleo venezolano una variedad bastante pesada y con alto contenido de azufre, generalmente se vende con un descuento de varios dólares sobre los crudos de referencia (WTI y Brent). En 1998, cuando el WTI y Brent se cotizaban entre 10 y 12 dólares por barril, el crudo venezolano costaba 7,20 dólares. De todas formas, el petróleo venezolano ha seguido a los crudos de referencia en sus recientes sendas alcistas. En 2005, cuando Chávez consolidó su poder sobre todas las instituciones públicas, el precio del crudo venezolano superó los 50 dólares y en 2006 llegó durante algunos meses a casi 70 dólares. Esta evolución en el precio del petróleo explica mucho, si no todo, el éxito político de Chávez y su capacidad de mantenerse en el poder con el apoyo electoral de la mayoría. También ha sido responsable por el reciente aumento —permanente o no— de las rentas de los más pobres, y de las tasas altas de crecimiento del PIB en los últimos años. Después de una fuerte recesión en 2002/2003, provocada por el colapso en la producción del petróleo a raíz de la huelga, la economía registró un crecimiento del 18% en 2004 y de más del 9% en 2005 (con un 7,5% estimado para 2006), empujado por el auge del precio del petróleo y sostenido por el aumento del gasto público (a través de las «misiones»). De todas formas, hay muchas dudas —no sólo entre críticos y enemigos ideológicos— sobre la eficiencia y eficacia del gasto social que Chávez está emprendiendo, particularmente por la capacidad de crear un desarrollo sostenible capaz de eliminar progresivamente los niveles de pobreza. También hay escepticismo, incluso entre socialistas, respecto a su nacionalismo energético.

Existe la posibilidad —algo que los simpatizantes de Chávez deben tomar en serio— de que sus políticas, aunque acompañadas de una retórica —incluso de una autenticidad— muy diferente a la de los otros líderes anteriores, sólo consigan perpetuar la tradición venezolana de despilfarro, corrupción y degradación, con la única distinción de canalizar más petrodólares hacia los menos favorecidos, pero sin la menor garantía de generar un legado duradero. Muchos críticos de Chávez repiten un refrán que a estas alturas ha llegado a ser un cliché: “Chávez sólo puede sobrevivir políticamente si los precios del petróleo siguen subiendo, o por lo menos si se mantienen altos”. De todas formas, una mayor reducción de la pobreza —un requisito político para Chávez, por lo menos en el largo plazo— dependerá no sólo de los precios del petróleo, sino también del mantenimiento de los niveles actuales de producción del petróleo, lo que ahora está en peligro por la falta de inversión durante los últimos años y al caos que está minando el potencial del sector petrolífero venezolano.

Por otro lado, los críticos también subrayan las implicaciones para la seguridad energética de EE. UU. por su dependencia del petróleo venezolano, o los riesgos geopolíticos para Occidente por la política exterior de Chávez, en particular sus planes de desviar las exportaciones de petróleo hacia China, para castigar a EE. UU. y establecer vínculos estratégicos más fuertes entre Asia y América Latina. Pero el verdadero riesgo estratégico que representa Chávez para el mundo tiene que ver menos con los aspectos más mediáticos y superficiales de su política exterior y mucho más con las implicaciones técnicas y empresariales para el sector petrolífero venezolano de su agresivo nacionalismo energético. El peligro no es que Chávez cortase el flujo de petróleo hacia EE. UU.; el verdadero problema para el mundo (que necesita un aumento de 50% en la producción mundial del petróleo hasta 2030) es que el intervencionismo de Chávez —desviando cada vez más los ingresos, tanto privados como públicos, del sector hacia sus propios fines— acabe minando la inversión en el petróleo y amenazando sus futuros niveles de producción.

Hay un aspecto retórico que Chávez tiene en común con casi todos los presidentes anteriores desde hace casi un siglo. Él también habla de «sembrar el petróleo», aunque sigue abierto al debate lo que realmente está sembrando. Con sus ambiciones internacionales y sus batallas geopolíticas, Chávez puede desatender muchas exigencias nacionales de las infraestructuras físicas y el sistema sanitario, sin mencionar el auge del crimen y la corrupción y la creciente sensación de que la macroeconomía está cada vez más fuera de control. Esta sensación de caos amenaza la industria petrolífera, de momento el único soporte para el sistema político y la única esperanza para frenar el aumento de la pobreza.

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